martes, 13 de noviembre de 2007

Una de buenos


El otro día estuve escribiendo sobre cómo la sociedad divide a las personas en buenos y malos según criterios simplistas. Hoy hablaré de un individuo, porque no se me ocurre como llamar a semejante animal, al que la sociedad, ya que no está en la cárcel, considera del montón de los buenos.

Mi hijo Richi, persona que cualquiera que lo conozca sabe que es ante todo una buena persona, caminaba el sábado a las once de la noche hacia casa de su amigo Javi. Él, que ya sabe cómo están las cosas de mal en este país –hace poco lo atracaron cuando llegaba a casa– fue en taxi hasta la Plaza de Toros. Allí se bajó, y en el poco recorrido hacia casa de su amigo se le acercaron cuatro mastodontes pasados de a saber qué sustancias y uno de ellos le pidió con voz gangosa un cigarro. Cuando mi hijo le contestó que no fumaba, el susodicho animal le arreó un puñetazo en el ojo y luego se alejó con sus compañeros tan campante, quizás hasta orgulloso de su hazaña, a seguir su divertida noche.

Mi hijo, sangrando por la nariz y la visión distorsionada llamó a su primo Gonzalo y le pidió ayuda. Mi sobrino que es otro ejemplo de muchacho ejemplar, acompañó a Richi a urgencias y se quedó con él todo el tiempo.

Y así es cómo Richi y Gonzalo pasaron la noche del sábado. En vez de divertirse en casa de Javi con su planeada partida de cartas y unos vasos de coca-cola, pasaron la noche en urgencias, primero esperando su turno, luego sometiéndose uno a las pruebas requeridas por el médico y otro esperando pacientemente, y por fin escuchando el diagnóstico final del médico.

Gracias a Dios, que no al estúpido sinvergüenza, no tiene rota la nariz ni le han ocasionado ningún mal ocular excepto un derrame interno que hace que al lado de su pupila color avellana se le vea una mancha rojo bermellón. También tendrá que ir unos cuantos días con un moratón bajo el ojo y una marca en su nariz dolorida.

Pero, claro, el orangután que lo agredió seguirá su vida como si tal cosa. No está en la cárcel, es bueno y puede gozar de todos los privilegios que da la libertad. Beberá en los bares, paseará por las calles dispuesto a pegarle otro puñetazo a alguien, llegará a su casa cuando quiera, dormirá en una cómoda cama, podrá llamar siempre que le apetezca a sus amigos para contarles lo machote que es, y su madre, pobre, podrá seguir mimándolo y preparándole su comida favorita.
Porque para esta simplista sociedad vale tanto mi extraordinario hijo como ese cavernícola sin corazón ni alma y la mente vacía de neuronas.

jueves, 8 de noviembre de 2007

El hombre de mi vida


Después de desvelar mi amor platónico por House en el blog de Glo, me pregunto si aquellos que lo han leído han entendido lo esencial de este sentimiento. Porque a simple vista parece que la conclusión lógica sea que si tengo un amor por House, éste deba ser platónico a la fuerza, ya que House es un personaje de ficción. Sin embargo, la realidad que quisiera trasmitir es la que sigue.

Si le profeso amor platónico a House es precisamente por ser él un personaje de ficción. Por eso con él sí me permito tener un querer romántico: porque House no existe, y por tanto no hay posibilidad ninguna de que ese amor idílico pase de ser platónico a algo más.

Y es que yo creo en la fidelidad llevada al extremo; ni siquiera el pensamiento debe entorpecer los sentimientos puros hacia tu amor verdadero.

No creo en un matrimonio –o noviazgo, o convivencia entre dos personas– en el que se uno de los dos pueda, por ejemplo, cerrar los ojos al ir a acostarse e imaginarse tropezándose con Brad Pitt en el Hotel Santo Mauro, o encontrándose en el vestíbulo de Arzak con Angelina Jolie.

Por eso aunque me hechicen los ojos azules de House; me maraville su inteligencia y su obsesión por encontrar la solución en su trabajo que le lleva a salvar vidas; me fascine su sarcasmo y su sonrisa cínica; me pasmen sus artimañas y formas poco o nada ortodoxas para alcanzar sus objetivos; me impresionen sus pensamientos y frases políticamente incorrectas; me atraiga su osadía; me sorprenda gratamente su falta absoluta de miedos incluido el más extendido entre los hombre: “El temor al color rosa”; me encante su forma de vestir, sus deportivas y su barba de tres días; me encandilen sus virtudes, sus defectos y sus vicios, y me quede embelesada tan sólo con mirarlo; por eso y pese a todo eso, a lo más que llegaré será a contemplarlo en mi reproductor de DVDs y dar algún que otro suspiro de éxtasis inocente. Pero al acabar el capítulo me acercaré a mi esposo, le besaré en los labios y le diré:

”Tú eres el hombre de mi vida.”

jueves, 1 de noviembre de 2007

Los culpables


Extracto de un diálogo entre el extraordinario House-Holmes y su fiel e irónico amigo Wilson-Watson:

House: ¿Sabes por qué hay lacitos para el cáncer de mama, para el de colon o el de próstata, pero no para el de pulmón?
Wilson: ¿Porque se quedaron sin colores?
House: Porque la gente culpa a los enfermos de cáncer de pulmón. Fuman, la han liado, merecen morir. La causa de su muerte es que son culpables.

¡Qué verdad tan grande, House! Estoy totalmente de acuerdo. Así es cómo la gente canaliza sus sentimientos de compasión, y con ello su ayuda y hasta su recuerdo.

Los fumadores son culpables, son malos. No se merecen ni siquiera un lacito de solidaridad. Imagino que a ese tanto por ciento de personas que sufren de este cáncer pero que jamás han fumado ni un pitillo se les debe consideran como daños colaterales.

Malos y buenos. Culpables e inocentes. Así de simple es la manera de enfocar nuestra caridad hacia la gente.

Lo mismo pasa con los presos. Son culpables, son malos y por tanto no hay nadie que se preocupe por ellos. Existen ONGs , coordinadoras, agrupaciones y asociaciones para casi todo. Creo que hasta hay una asociación para la defensa de la dignidad de la Chinchilla. Pero nadie se agrupa para velar por los derechos de los presos.

Da igual si para comunicarse una hora a la semana con sus allegados (en esa minúscula cabina con un telefonillo y gruesos cristales separadores) no funcionen la mayoría de los telefonillos y ni siquiera puedan decirles a sus hijos que los quieren. Da igual si nadie les avisa de los cambios. Da igual que si se decide que se le va a trasladar a quinientos kilómetros como si fuera un animal que te sobra, nadie sea capaz de avisarlo con un cierto tiempo para que se vaya haciendo a la idea o pueda comunicarlo a su familia. Cuando lleguen las once de la noche lo sacarán de su cama, le dirán: ”Recoge, que te marchas”; y ante el asombro de los compañeros que seguramente serán los únicos que aún siendo extraños le habrán tomado aprecio se tendrá que marchar sin saber dónde ni por qué. Porque si pregunta, no le contestarán; si pide que le dejen llamar, no lo dejarán. Y el preso, esté condenado por asesinato, desfalco o por robar una gallina, saldrá esposado a media noche con una tristeza inmensa hacia un futuro incierto.

Pero nadie tendrá compasión por ellos. Son culpables. Y los son aunque aquí también las estadísticas digan que hay un pequeño porcentaje de personas que son condenadas injustamente. Imagino nuevamente que son considerados también como daños colaterales.
Y más te vale que te sumes a esta tesis de buenos y malos. No se te ocurra contar injusticias sobre los malos, porque contemplarás cómo pronto se cambia de tema; a otro que ataña a los buenos, como por ejemplo el terrible estado en que se encuentran las butacas de los palcos del Teatro Principal.

Así que… ¡Fumadores, presos y otros malos del mundo: abandonad toda esperanza! Porque, al fin y al cabo, es mucho más merecedora de nuestra compasión una chinchilla.